sábado, 3 de octubre de 2009

El techo en el suelo


Cada vez son más seguidas las veces que sucede. Es como si estuviera en la sima de la montaña y después cayera al precipicio. Es inevitable. Lo odio. Odio ese sentimiento de no saber qué hacer, es como si mi cabeza estuviera bloqueada y nadie supiera donde está la llave, o peor aun, que ni yo supiera donde la deje. Y no puedo evitar sentir la desilusión que se respira, me afecta, me afecta bastante. Me gustaría meter todo en una caja y ponerle una etiqueta, para evitar la incomodidad de tener una pila suelta de recuerdos sueltos, dispersos, desiguales, con los que me pueda topar sin querer. Por que ya no podría aguantar más. Creo que con toda esta situación, me volví autosuficiente, que puedo hacer todo, o casi todo sola. Es mas cuando paso un día con mucha gente necesito aislarme y pensar, dormir, estar sola. Pero paradójicamente a veces necesito “ese” alguien que me diga que todo va a estar bien. Montaña rusa de emociones.

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